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martes, 25 de noviembre de 2014

Gilberto Guerra y su isla de los monos en Perú

Esta es la historia de Gilberto Guerra, un hombre que rescata monos en grave peligro de muerte y los llena de amor en medio de la selva.

Tomado de Trome.pe


Gilberto Guerra y su proyecto "la isla de los monos". Foto: Jhonny Valle
Por: Jhonny Valle 

UNO

— Aquí es, dice Gilberto Guerra, mientras carga sobre el hombro un racimo de plátanos maduros. Entonces señala un tablero de madera donde se lee: ‘La isla de los monos’.

Hemos dejado atrás la ciudad de Iquitos, después de 45 minutos de viaje en lancha por el río Amazonas. Amanece y los rayos del sol caen sobre nosotros como lava volcánica.

El recibimiento de los ‘muchachitos’ peludos es caluroso. ‘Mathías’ trepa por mi pierna, sube por mi espalda y, sin darme cuenta, ya está sobre mi cabeza. En seguida, hace lo mismo ‘Panchito’ y después ‘Gloria’ . “Bájense. Bájense, muchachitos”, les dice Guerra, pero ellos no entienden de modales. Soy un perchero de monos.

Gilberto Guerra ríe con la ternura de un padre engreído. Reparte los plátanos maduros. Me invita uno. Recuerdo una frase del libro ‘Yo, mono’, del español Pablo Herreros: “Los animales son muy humanos. Y los humanos no dejan de ser animales”. Y lo recuerdo porque Guerra me cuenta el pasado trágico de cada uno de estos animalitos.

Por ejemplo, el de ‘Mathías’, un monito choro de pelaje café que llegó con el labio partido, infección intestinal y deshidratación. El de ‘Nico’, otro monito choro que tenía la cola partida en dos. El de ‘Sueca’, una aulladora que sufrió un nivel grave de desnutrición y estaba casi calva producto de la sarna. El de ‘Gloria’, un huapo rojo que fue herido de un balazo cuando cazaron a su madre.

Eran animales desahuciados, condenados a una muerte lenta por personas que los raptaron de sus hábitats para venderlos a 50 o 100 soles (14 o 27 euros). De pequeños son lindos, tiernos, explica Guerra, pero crecen y se vuelven traviesos e hiperactivos. Entonces, nadie tiene tanta paciencia para seguir cuidándolos. 

Nadie. Excepto él…

Gilberto Guerra ha rescatado 43 monos del tráfico ilegal. Monos que ahora viven libres, en esta isla de 450 hectáreas, rodeada por el río Amazonas. Isla que antes era guarida de narcotraficantes. Un nido de serpientes venenosas. Monte rebelde que Gilberto Guerra y su hermana Martha tuvieron que domesticar hace 18 años a punta de hacha.

— Don Gilberto, ¿qué gana rescatando monos?

— En lo material, nada. Pero en lo espiritual, sí. Soy feliz cuando salvo sus vidas. Cuando los veo jugar felices y libres. Si no somos nosotros… ¿Quiénes? Pienso: Si el espíritu absolutamente solidario, sin malicia, ni ambición, había tomado posesión alguna vez de un ser humano, era de aquel hombre.

DOS

Camino con Gilberto Guerra hacia el corazón de la isla. Observo plantas de plátano, papaya, piña, yuca, naranja. Guerra me cuenta que, en el año 2012, la crecida del río arrasó con el cultivo de frutas. “Tuvimos que empezar de cero. Lo perdimos todo”, me dice con la mirada clavada en el suelo. El próximo año será la primera cosecha después de la inundación.

‘La isla de los monos’ se abastece de su propia producción agrícola, me explica. Sin embargo, la comida balanceada, los medicamentos y las vitaminas se compran con los ingresos que genera el turismo. Al año, decenas de turistas de todo el mundo llegan a este lugar como voluntarios. Tienen como responsabilidad alimentar y cuidar a los monos. Además, el de cultivar y cosechar las frutas. El costo por noche es de 20 dólares y cubre desayuno, almuerzo y cena.

— La experiencia más grande es la de convivir con animales libres.

Pienso: también es la de tener un monito en la cabeza haciéndote piojitos.

Ya son las 4 de la tarde. El sol pinta la selva de naranja. La copa de los árboles parecen arder. Las bandadas de loros y guacamayos parten el cielo azul con sus encendidas plumas rojas, amarillas y verdes. En el Amazonas –el río más caudaloso del mundo-, un delfín rosado deja ver su aleta dorsal. 

La selva se convierte en un festival de colores.

TRES

Antes de que oscurezca, ‘Mathías’ –el monito choro que fungió de sombrero para mi cabeza desde que llegué- irá a dormir, pero antes se despide de Guerra con un abrazo tierno. Creo que si ‘Mathías’ pudiera hablar, le diría ‘te quiero’.

— Ellos son mis hijos, confiesa Guerra, mientras sostiene a ‘Mathías’ entre sus brazos.

Hay que ver a Gilberto Guerra acariciar a sus monos para entender que aún existen personas que –bajo la sombra del anonimato- sueñan y luchan para que exista un mundo justo para hombres y bestias. Personas que no tienen mayores ambiciones que el de reconstruir lo que otros destruyen. Gilberto Guerra no es solo un hombre que salva monos, sino que también nos salva a nosotros de la desilusión y el pesimismo.

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