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viernes, 12 de septiembre de 2014

La segunda vida de los animales desahuciados

El estadounidense Jim Myers dejó todo para defender los derechos animales en India. Su ONG ha asistido a 45.000 mamíferos y trabaja en la erradicación de la rabia en el Rajastán.

Artículo de Lola Hierro, tomado de El País.com

Kamla, una de las trabajadoras de Animal Aid, acaricia a uno de los perros que se
recuperan en las instalaciones. / LOLA HIERRO
La primera vez que Jim Myers viajó a India tenía 20 años. Ocurrió en 1961 y el país era muy diferente a lo que se conoce de él hoy en día: no había apenas turistas por sus calles, ni tanto tráfico, ruido y contaminación. El joven Myers pasó dos meses recorriendo una de las tierras más viejas del mundo pero muy nueva, exótica y emocionante a sus ojos. Y, aunque se enamoró de ella y de sus habitantes, nada le hizo pensar que décadas más tarde su vida quedaría allí ligada para siempre: este aventurero, con el tiempo, fundaría Animal Aid Unlimited, una organización local de rescate de animales callejeros que ha socorrido a más de 45.000 mamíferos en los últimos 12 años.

A sus 73 años, Myers puede decir que ha fundado un pequeño santuario donde perros, vacas y burros conviven en armonía. En las instalaciones que ocupa Animal Aid en Badhi, una aldea del estado indio de Rajastán, unos 350 ejemplares viven como nunca antes lo habían hecho: limpios, alimentados y, en su mayoría, sanos. Los que no lo están, reciben cuidados médicos del personal de la organización hasta que se curan y pueden volver a la calle, siempre y cuando alguna familia se haga cargo de ellos. Los que no, se quedan allí a vivir. Es el caso de Raju, un macaco que quedó ciego al electrocutarse en un tendido eléctrico en 2004. También son inquilinos permanentes una veintena de perros paralíticos que ocupan un inmenso patio acotado con una valla de color pastel. Tienen las patas traseras inservibles, generalmente porque fueron atropellados, pero en Animal Aid han encontrado un lugar donde terminar sus días con dignidad. Cuando ven a Jim entrar en sus dominios, intentan acercarse a él locos de contento, arrastrando sus cuerpos por el suelo con la fuerza de sus extremidades delanteras.

Animal Aid dispone de un número de teléfono de emergencias al que cualquier ciudadano puede llamar cuando encuentra un animal en apuros. Uno de los últimos fue un cachorro que se había caído a una fosa llena de chapapote. Tardaron dos días en quitarle todo el fuel aferrado a su pelaje. Pero la estrella de esta comunidad es Tony. Lo encontraron recién atropellado y moribundo: tenía una pata en muy malas condiciones y una fea herida que le cruzaba el hocico. "Lo tratamos aquí y ahora está totalmente recuperado", cuenta Myers sin ocultar su orgullo. "Hubo que amputarle la pata pero no corre: vuela por aquí solo con tres". La organización movió su historia en las redes sociales y consiguió 400.000 me gusta en su página de Facebook, donde cuentan con más de 14.000 seguidores y que actualizan casi a diario con fotos y relatos de sus últimas actuaciones. La historia de Tony se convirtió en viral y gracias a eso obtuvo muchas contribuciones para costear su tratamiento: "Tres dólares de una chica de Eslovaquia, cinco de alguien de Japón, de Argentina, de España, de Centroamérica…", recuenta el fundador.



Para que Animal Aid existiera, la vida de Myers tuvo que dar un vuelco. Ese joven que había quedado prendado de India volvió a su país, Estados Unidos; se casó, tuvo hijos y se ganó la vida como profesor de literatura inglesa en una universidad de Seattle durante 10 años. Hasta que un día, su rutinaria existencia cambió: su exesposa le pidió el divorcio y se mudó con los niños a otra ciudad donde no había plazas para enseñar en ninguna universidad. "Elegí ser padre antes que maestro, así que me trasladé allí aún sabiendo que no iba a poder trabajar", recuerda Myers.

No obstante, decidió reciclarse y empezó a colaborar como asesor en varias ONG. Precisamente con una de ellas viajó a Australia, donde conoció a Erika Abrams, su actual esposa. Con ella tuvo una niña, Claire, y, cuando esta contaba 10 años, la familia decidió que se trasladaría a vivir a esa India cautivadora. Era 1999. “Pensé que, aunque no teníamos mucho dinero ni ahorros, sí que nos daría para vivir en un país como India, donde no tendríamos que preocuparnos por muchas cosas que en Occidente sí son importantes”, cuenta. Los primeros meses viajaron sin rumbo fijo, pero Myers tenía que trasladarse a menudo a Estados Unidos y Australia porque seguía trabajando como consultor de varias ONG. "Llevaba dos vidas mezcladas: la de viajar por India y la de viajar por trabajo".

¿Cómo llegó esta pequeña familia nómada a prestar atención a los animales abandonados? "No me había fijado nunca en ellos", reconoce Myers. "Me preocupaban los derechos de la mujer y de la infancia, pero nunca me había parado a pensar en los derechos de los animales. Puedes comerlos, puedes cazarlos, puedes comprarlos… Pero no tienen voz. Me fijé en ellos porque, en India, nadie más lo hacía". El país, de hecho, cuenta con unos 30 millones de perros callejeros y es uno de los países donde la rabia se cobra más víctimas: en el año 2012, 20.000 de las 55.000 muertes causadas por esta enfermedad de todo el mundo se dieron en este país, sobre todo en zonas rurales, según la Organización Mundial de la Salud. Las vacas, pese a ser sagradas, pasean famélicas entre montañas de desperdicios intentando encontrar alimento. Los burros suelen ser explotados por sus dueños hasta el punto de que les rompen las patas por el sobrepeso con el que les hacen cargar.

Jim Myers, fundador de Animal Aid, con tres de los perros del centro. / L. H.
La familia de Myers se estableció en Badhi, una aldea cercana a la turística Udaipur, llamada la Venecia de la India por su luminoso lago Pichola. Badhi, más rural, solitaria y aislada, fue el lugar elegido para fundar Animal Aid. "Comenzamos con un rickshaw (motocarro) y un perro herido, no teníamos conocimientos de veterinaria… Pero hemos crecido hasta tener ahora 40 empleados y voluntarios: un veterinario, cuatro enfermeras, un cocinero, limpiadores para las jaulas…", asegura el fundador. Todo el personal tiene un salario que se paga gracias a los ahorros de toda una vida, a la pensión por jubilación que Myers ahora cobra y, en gran parte, a las donaciones que reciben de todo el mundo. "Cuesta unos 12.000 dólares mantener esta infraestructura, y de fuera nos llega cerca del 80%", asegura.

Jim es un hombre jubilado desde hace ocho años, pero nunca ha trabajado tanto como en esta etapa de su vida. Su principal labor en el centro es recaudar y administrar fondos, conseguir becas, ayudas… Hacer crecer ese dinero, en definitiva. Y supervisar que todo funciona correctamente. Es el alma de una organización que no solo socorre animales heridos; entre sus principales funciones están las continuas campañas de vacunación antirrábica y de esterilización de perros callejeros. En 12 años han vacunado y castrado a unos 25.000, una labor que debería llevar a cabo el Gobierno local. "Intentamos educar a la Administración porque es un trabajo que deberían realizar y financiar ellos, es una cuestión de salud pública", explica. "Si los animales están limpios, habrá menos enfermedades, les decimos. No recibimos dinero pero los políticos están empezando a concienciarse y a ayudar a su manera. Por ejemplo, nos conceden descuentos para medicinas y no nos cobran algunos impuestos".


En un país como India, donde no se reconocen los derechos más básicos a los 200 millones de personas consideradas de una casta inferior, los animales no son una prioridad. Por eso, ejército de trabajadores y voluntarios de Animal Aid realizan un programa de sensibilización en los colegios de la zona que ya ha llegado a 25.000 niños. "Les explicamos, simplemente, qué es un animal", describe Myers. "¿Qué haces si ves a un burro un día de calor, a 49 grados a la sombra? Está frente a tu casa, necesita agua… ¿Le das de beber? ¿Llamas a Animal Aid? ¿Haces algo con él? ¿Quién es ese animal?". Son algunas preguntas que lanzan a los escolares, quienes, en muchos casos, ni siquiera han tenido en su vida a un perro entre sus brazos. Es la razón por la que también organizan excursiones al centro de rescate para que reflexionen, piensen por qué esos animales están allí y vean en qué condiciones llegan. "Es el caso de los burros, a los que ponen cadenas en las patas que les hacen unas heridas tan profundas que tenemos que cortárselas. Hemos realizado unas 25 amputaciones en 12 años”, asegura el norteamericano. Por eso, otra de sus actividades es educar a los jornaleros para que sepan cómo colocar la carga a los animales sin hacerles daño, y también llevan programas de concienciación a las 15 comisarías de policía de Udaipur y a colectivos religiosos como musulmanes, budistas o hindis.

El proyecto tiene futuro porque siempre hay un animal nuevo que rescatar y, sobre todo, personas diferentes a las que explicar que sus animales también merecen respeto. A su juicio, la batalla se tiene que librar mucho más allá del ámbito sanitario: “Lo más complicado no es salvar a un perro herido, es cambiar mentalidades”.

Fotogalería: Un santuario para animales callejeros.

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